terça-feira, 13 de novembro de 2007

Yo y el viento




ubo una época que me gustaba el viento. No me importaba si era brisa fresca de primavera o helado anunciador del invierno; si era avispado indicador del otoño o húmedo y caliente vaho del verano. No me importaba el tipo, temperatura, violencia u hora. No me importaba la cantidad. El toque de su movimiento, ora leve y suave como las plumas de un delicado ruiseñor, ora loco y salvaje como el asalto de un lince sobre su presa, siempre me parecía dulce y arrebatador. Le permitía que se adentrara en mí, sintiéndome medio transparente y permeable, almibaradamente poseída por el alumbramiento de mis sentidos provocados y aguzados por su frívolo rozar. El alborotamiento del pelo y el espeluznar de la piel eran prontas respuestas a las amables caricias de su naturaleza voluble. Tenía, todavía, no más que quince primaveras. Y todo me era nuevo. Me entregaba, en cuerpo y alma, sin miedo a las nuevas sensaciones, en colores, sabores y olores, a los sueños, a los amores; y las ilusiones no me dañaban o lastimaban porque él, el amado viento, me acompañaba, siempre listo a limpiar, a curarme de los desvaríos del alma joven, sanarme de las amarguras, darme aliento. Me traspasaba y entraba silencioso en cada rincón, delicadamente abriéndomelos a un abanico de posibilidades. Siempre había un nuevo olor, un nuevo sabor a experimentar. Yo amaba el viento y él me retribuía, siempre, con dulces caricias, que traían, del más remoto esquinazo de la Vía láctea, noticias de vida esperanza.


Los Dolores, los golpes de la vida, los amores perdidos y las desilusiones tienen el poder de convertir en destrucción y hundimiento aquello que se pensaba seguro y firme. Las molestias seguidas pueden cerrar los más inocentes ojos para las cosas más lindas y obvias felicidades. Y la soledad, mala consejera de corazones, que nos nublaba tristemente la mirada, ocupando espacios vacíos con vacías promesas de libertad. Y fue, entonces, que aquel compañero dulce, pasó a verdugo perseguidor. Y no importaba donde estuviera yo, su hielo ya no más me anunciaban las blancas nieves del invierno, sino me hería como un cuchillo afilado, rasgándome el alma en llanto y dolor. La dulce brisa, que antes fresca me acariciaba, ahora me tiraba a los ojos una hojarasca, sin misericordia, de malos recuerdos de rotas alfombras, sucias y manchadas con la espesa hiel de las desilusiones, echándome en el corazón el amargo veneno del rencor. Y el otoñal movimiento del aire, dejaba desnudos los árboles de mi imaginación. El vaho caliente del verano se convertiría en húmedos ahogos de sollozos y miedo. Los tipos se añadían y agregaban con fuerza unos a los otros y tronando, rayaban en huracanes y tifones que de adentro se vertían en tempestades de lloro y rechinar de dientes. Ya no más entraba silencioso, sino crujiendo, violento y cruento, violándome en desvaríos de desamor. El alentador pasó a verdugo acusador, y sus suaves caricias no eran más que malévolos látigos en mi consciencia. Pasé a huir de él, de su presencia aterradora, entre abrigos y abrazos callejeros.


No lo deseaba, y él solo me quería herir.

Así como no hay verano infinito, no hay tempestad que dure una eternidad, la vida rueda, y voltea, y cansada de huir, me quedé a enfrentarlo. A mirarlo cara a cara. A sentirlo sin temor, con un coraje frío y suicida. Yo, un momento atrás, árbol descascarado por el tiempo, ojos cenizas por el sufrimiento, ahora solo bambú, cargado a su suerte y sabor, lo tengo de nuevo conmigo. Ya no tengo más el placer juvenil en su presencia. No deseo más su compañía, pero no la rechazo. No lo amo, sin embargo no lo odio tampoco. Lo soporto. Nos soportamos. Pienso en él qué me hacía amarlo. En lo qué me hacía buscarlo. Y en lo que, después, cambiados los sentimientos, me hacía huir. Quizás sabía que siempre había alguien con quien compartir sus divinas dádivas y me protegería de su salvaje volar. Quizás sabía que ya no había nadie más en quien apoyarme. Solo yo y el viento. Y tal vez, siempre haya sido así. Pero yo, en mi inocente niñez, no me había dado cuenta.


Ahora nos descubrimos. En nuestra completud. Enteros. Defectos y calidades. Ojalá volvamos al tiempo de compañerismo. Ojalá me pasé el frío en el alma, lo que siento aún en su presencia.


Ojalá, la soledad, no sea más tan mala. Nos deje en paz. Uno al otro. Al fin solos.


Veronica Cabral de Oliveira

08/10/2007.




Comentalo. Hace bien, no duele y es gratis.

.

Nenhum comentário:

Postar um comentário

¡Hable con Vero!

Habitación de Vero

http://www.meebo.com/rooms

¡yo! y mi ciudad ... Belo Horizonte...amigos... etc..

Denuncie o plágio!