
¿El vidrio transparente?
¿El metal reluciente?
¿La madera entallada?
¿El aspecto de muerto móvil?
¿Qué seguís mirando?
Arriba.
Abajo.
Lo volvés.
¿Qué querés?
¿El valor de la pieza vieja?
¿O la sencilla y delicada forma demarcando limites en el
espacio infinito?
¿El util o el arte?
Entre tus manos delante de tus ojos, o así...puesto, colgado en la pared...Especialmente diseñado para... ¿Para que mismo? Para que te mires... ¿O será él que te mira?
¿Qué buscás?
¿La belleza, propia imagen narcisista, seducción perdida con el color del pelo, ahora manchado de gris?
¿O más te apetece el mal pasado y marcado camino, rigurosamente trazado y mapeado por el pasar de los años a través de las arrugas, que obstinadas, temen en brotar en el suelo marchito de tu faz?
¿Qué deseás encontrar?
¿Buscás culpados o inocentes?


Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable

donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos
sino ante el agua especular que imita
el otro azul en su profundo cielo
que a veces raya el ilusorio vuelo
del ave inversa o que un temblor agita
Y ante la superficie silenciosa
del ébano sutil cuya tersura
repite como un sueño la blancura
de un vago mármol o una vaga rosa,
Hoy, al cabo de tantos y perplejos
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.
Espejos de metal, enmascarado
espejo de caoba que en la bruma
de su rojo crepúsculo disfuma
ese rostro que mira y es mirado,
Infinitos los veo, elementales
ejecutores de un antiguo pacto,
multiplicar el mundo como el acto
generativo, insomnes y fatales.
Prolonga este vano mundo inciertoen su vertiginosa telaraña;
a veces en la tarde los empaña
el Hálito de un hombre que no ha muerto.
Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.
Todo acontece y nada se recuerda
en esos gabinetes cristalinos
donde, como fantásticos rabinos,
leemos los libros de derecha a izquierda.
Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
no sintió que era un sueño hasta aquel día
en que un actor mimó su felonía
con arte silencioso, en un tablado.
Que haya sueños es raro, que haya espejos,
que el usual y gastado repertorio
de cada día incluya el ilusorio
orbe profundo que urden los reflejos.
Dios (he dado en pensar) pone un empeño
en toda esa inasible arquitectura
que edifica la luz con la tersura
del cristal y la sombra con el sueño.
Dios ha creado las noches que se arman
de sueños y las formas del espejo
para que el hombre sienta que es reflejo
y vanidad. Por eso no alarman.
Falará, coberta de luzes,